Barcelona:
Me pusiste los ojos de un niño eufórico. En
En el Born me entraron ganas de reír, de gritar, de cantar y bailar, de pintar las paredes, de mirar por un balcón, de hacer molinillos de papel, de tender sábanas al sol.
Debajo de L’Arc de Triomf entendí que debía aprender a viajar más, que las mochilas nunca nunca deben pesar, y que los que saben caminar sin zapatos tienen mucha suerte.
Saliendo del Park Güell me imaginé pasando la gorra, y me gustó.
En el metro, que es un barrio más, paseé sin tiket.
Desde Montjuïc vi todos los tejados. Me senté a escuchar una guitarra y olvidé que muchos habían gritado desde allí. Una caza-retratos nos robó en un clic un trocito de alma, y un chino me vendió cuatro pilas que nunca funcionaron.
En el Raval fui testigo del beso más sucio, volví a Marruecos, meé en el baño más pequeño del mundo, y vi a un recién llegado que me recordó a mí.
En el Barrio Gótico me subí a una pompa de jabón y toqué el cielo.
Junto a la calle del Diluvio me perdí en el pedaleo de un desconocido. Gràcia. Me hubiera quedado allí para casi siempre: 8 horas mirando desde detrás de un escaparate. Supe que en ti podría ser feliz.
Sentada en la parada de Fontana pensé que nunca me acostumbraría a las despedidas.
Esperando frente a Sants lo supe.
1 comentario:
Excelente entrada.
Has disfrutado de lo mejor de la ciudad, saboreando las cosas que sucedian a tu alrededor.
Lastima lo de Sants, pero seguro tiene arreglo.
Me suenan esos zapatos.
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