
La vida es un rin de boxeo, sino que se lo digan a Urtain. Un combate que acaba en K.O. La vida es eso y no, y sí, y en parte, y para algunos, y no del todo.
El sábado fui al teatro, y el escenario era un rin de boxeo, y era España, y era Urtain, y éramos tú y yo, y nuestros padres y nuestros abuelos. El sábado vi a “Urtain contra Urtain” y vi una metáfora que no se bajaba del escenario ni por saber morir. Dos horas sin descanso con un ritmo frenético, sin abajo el telón, y con la respiración y el aplauso contenidos, como para no interrumpir. Cada palabra del texto en su sitio, cada gesto tan de verdad que yo no vi ficción esa noche, no era teatro, (o sí, y no lo era todo lo que yo había visto antes, o al menos no era tan tan teatro, no sé). Las luces y el sonido casando momentos y lugares imposibles: el suicidio y la redacción del Marca, el hombre y la mujer cuerpo a cuerpo, los amigos en el bar y la violencia a borbotones; el padre, el hijo y el cinturón; el País Vasco y Madrid, Cestona y Londres. Pero sobre todo, luces y sonido casando emociones, cosiéndolo todo. Un espectáculo redondo.
La metáfora o Urtain como excusa. Ese hubiera sido un buen título para el post.
Se habla de muchas cosas: del engaño y la traición, de los amigos que no lo son, de la fama y el dinero, del alcohol, del sexo... Pero lo que más poso me ha dejado: el encumbramiento de un levantador de piedras a símbolo nacional. ¿Por qué necesitaba el franquismo –como necesitan todos los sistemas, incluidas las democracias- un símbolo, un héroe? Y sobre todo, ¿por qué Urtain? ¿Qué características tenía Urtain –o con qué características lo vendieron- para que le fuera útil al régimen?
Lo mejor que te puede pasar cuando sales del teatro es que se te atropellen todos los pensamientos, no puedas hablar durante un rato, y cuando lo hagas, no puedas dejar de hablar de lo que has visto, oído y sentido. Lo mejor que te puede pasar cuando sales del teatro es que el teatro se te quede dentro durante días, y viviendo dentro de ti, no pare de hacerte preguntas. Yo estoy calada de Urtain, a ratos me da respuestas, a ratos me hace más preguntas. De momento, una conclusión –en construcción-: Urtain se vendía bien porque interesaba que se vendiera bien, porque no era una persona, ni un deportista, ni un boxeador. Era, por encima de todo, un símbolo, el prototipo de hombre que la educación franquista había promovido y había conseguido. Un hombre duro como las piedras de Cestona, un hombre que no llora, que no puede decir te quiero, que no quiere conocerse, que saca los cojones antes que la palabra, cuando discute y cuando ama, que se come el mundo a hostias, y que no es nadie. No es nadie no porque no lo sea, sino porque nadie le ha dicho que lo es. Un hombre que no entiende por qué ensucia lo que toca, por qué rompe lo que más le importa.
Urtain se ha quedado a vivir dentro de mí aunque creo que lo estuvo siempre, como un polizón o como un okupa. Ahora que lo he descubierto me hace labores de mantenimiento a cambio de que no le cobre alquiler. De momento me ha arreglado un par de luces y he visto que sí, y tanto que ya estaba dentro. Tan dentro como que él es mi padre y mi abuelo, y todos los valores que se han bebido sin querer pero sin poder evitarlo. Urtain también es algún que otro vecino, algunos hombres que me cruzo en el súper y en el metro, incluso diría que algunas mujeres. Pero Urtain no es mi hermano pequeño, él ya no.
En fin Jose Manuel, en confianza, quédate el tiempo que quieras si sigues encendiéndome luces, y si te vas no apagues, que le tengo hecha una trampa al contador de Iberdrola y aquí no se pagan facturas.
La metáfora o Urtain como excusa. Como iba diciendo, en dos horas de espectáculo se habla de muchas cosas, lo mejor: todo lo que no se dice.