
Sofía se levantó con los ojos llenos de tierra. Tierra mojada, tierra gris.
Tenía los ojos grises como dos ceniceros llenos.
Gris muerto.
Bueno, no pasaba nada, a estas alturas ya estaba empezando a acostumbrarse. Hace unos cuantos sábados fueron verdes. Verde malaquita al mediodía, cuando se despertó a su lado; verde olivo a la hora de cenar; verde moho un día después.
Lo de los ojos tenía un pase, era soportable, podía ser hasta divertido. De alguna manera le hacía sentir especial, única, diferente; pero la hiperfertilidad que había comenzado a experimentar este año era demasiado. Sí, no la soportaba, no era comprensible, era su secreto, su vergüenza, su enfermedad autodiagnosticada. Qué bueno habría sido poder preguntarle a mamá, o a la abuela. Qué va, no podía ser verdad eso de las raíces, nadie puede echar raíces, así, en el sentido literal del término. Sofía recordaba a su madre contarlo sentada al lado de la estufa de gas, comiendo castañas. “El día que decidí quedarme al lado de tu padre eché raíces”, y las raíces le iban creciendo de la planta de los pies, y cada día se hacían más fuertes. Se introducían en el suelo de la casa, por las grietas de las baldosas, subían por el interior de las paredes, atascaban las tuberías, y poco a poco lo fueron llenando todo; y ella se quedó prisionera dentro de la casa, al lado de la estufa, sin poder dar un paso más. Hasta que el tiempo las pudrió todas. Sofía sólo recordaba las zapatillas marrones de su madre, con aquella suela tan ancha. Sofía no recordaba los pies de su madre. No importaba –pensó-, también había olvidado su cara. Cuántas veces le habría dicho a él, mientras recogía sus cosas, mientras remoloneaba para llenar las cajas, “irse es no dejar semillas”. Hasta que un lunes, desaparecieron todas precipitadamente en el ascensor. Caída libre. Dos años de recuerdos encerrados en cajas, cajas dentro de la caja del ascensor. Y se repetía hasta la obsesión “irse es no dejar semillas. No llames. Irse es no dejar semillas. No aparezcas en los bares. Irse es no dejar semillas, irse es no dejar semillas”.
Él siempre fue un desastre, y debieron olvidársele algunas, por aquí o por allá, tan diminutas, tan inofensivas, que fueron invisibles durante mucho tiempo. Y Sofía no barrió detrás de los sillones, ni debajo de la cama, y las semillas le crecieron en casa, como malas hierbas en los rincones, detrás de las puertas, en los cojines del sofá... Inevitablemente, la primavera pasada, le polinizaron el alma. Un buen día, le brotó un rosal del pecho cuando se quitaba el conjunto de ropa interior que él le regaló por su cumpleaños. Otro, le crecieron margaritas en los pies mientras ojeaba álbumes de fotos, y a la mañana siguiente el cielo amaneció en arcoiris y sus dedos en anillos de siemprevivas; hasta la tarde su cuerpo estuvo sonando a papel que cruje. El primer día que le escribió desde tan lejos se le llenó la boca de azucenas, le caían en guirnaldas que corrían hacia la espalda. Azucenas con complejo de alas. Un segundo después lloró alcohol de romero. El último día de este último invierno se convirtió en almendro en flor en la parada del metro. Era insoportable. “Irse es no dejar semillas”. Pero su cuerpo no podía, no quería dejar de brotar, abonado por todos esos recuerdos. El dieciséis de marzo se convirtió en pino piñonero, el dos de abril le brotó una zarza del gemelo izquierdo, una semana después, dentro de un probador, ortigas en el cuello.
Bastaba, era suficiente. No podía seguir arrancándolas, así que las dejó crecer a su antojo, sin oponer resistencia. Desde hace unas semanas sólo le crecen malas hierbas. Y se alegra en parte, y se apena en todo. Ese día en que sus ojos se despertaron llenos de tierra supo que ya tenía bastante. Que no podía seguir calentando su cama con otros sólo por miedo a tener frío.
Después de la mala hierba está el final. Sofía lo sabe, y se va despidiendo de él, poco a poco, así, para que no haga más daño, viviendo el duelo despacito. Después está el final. Tierra vacía. Barbecho. Tierra viva, en descanso, y al final, tierra nueva. Primavera nueva.

Imagen: Frida Khalo, Raices.
Gris muerto.
Bueno, no pasaba nada, a estas alturas ya estaba empezando a acostumbrarse. Hace unos cuantos sábados fueron verdes. Verde malaquita al mediodía, cuando se despertó a su lado; verde olivo a la hora de cenar; verde moho un día después.
Lo de los ojos tenía un pase, era soportable, podía ser hasta divertido. De alguna manera le hacía sentir especial, única, diferente; pero la hiperfertilidad que había comenzado a experimentar este año era demasiado. Sí, no la soportaba, no era comprensible, era su secreto, su vergüenza, su enfermedad autodiagnosticada. Qué bueno habría sido poder preguntarle a mamá, o a la abuela. Qué va, no podía ser verdad eso de las raíces, nadie puede echar raíces, así, en el sentido literal del término. Sofía recordaba a su madre contarlo sentada al lado de la estufa de gas, comiendo castañas. “El día que decidí quedarme al lado de tu padre eché raíces”, y las raíces le iban creciendo de la planta de los pies, y cada día se hacían más fuertes. Se introducían en el suelo de la casa, por las grietas de las baldosas, subían por el interior de las paredes, atascaban las tuberías, y poco a poco lo fueron llenando todo; y ella se quedó prisionera dentro de la casa, al lado de la estufa, sin poder dar un paso más. Hasta que el tiempo las pudrió todas. Sofía sólo recordaba las zapatillas marrones de su madre, con aquella suela tan ancha. Sofía no recordaba los pies de su madre. No importaba –pensó-, también había olvidado su cara. Cuántas veces le habría dicho a él, mientras recogía sus cosas, mientras remoloneaba para llenar las cajas, “irse es no dejar semillas”. Hasta que un lunes, desaparecieron todas precipitadamente en el ascensor. Caída libre. Dos años de recuerdos encerrados en cajas, cajas dentro de la caja del ascensor. Y se repetía hasta la obsesión “irse es no dejar semillas. No llames. Irse es no dejar semillas. No aparezcas en los bares. Irse es no dejar semillas, irse es no dejar semillas”.
Él siempre fue un desastre, y debieron olvidársele algunas, por aquí o por allá, tan diminutas, tan inofensivas, que fueron invisibles durante mucho tiempo. Y Sofía no barrió detrás de los sillones, ni debajo de la cama, y las semillas le crecieron en casa, como malas hierbas en los rincones, detrás de las puertas, en los cojines del sofá... Inevitablemente, la primavera pasada, le polinizaron el alma. Un buen día, le brotó un rosal del pecho cuando se quitaba el conjunto de ropa interior que él le regaló por su cumpleaños. Otro, le crecieron margaritas en los pies mientras ojeaba álbumes de fotos, y a la mañana siguiente el cielo amaneció en arcoiris y sus dedos en anillos de siemprevivas; hasta la tarde su cuerpo estuvo sonando a papel que cruje. El primer día que le escribió desde tan lejos se le llenó la boca de azucenas, le caían en guirnaldas que corrían hacia la espalda. Azucenas con complejo de alas. Un segundo después lloró alcohol de romero. El último día de este último invierno se convirtió en almendro en flor en la parada del metro. Era insoportable. “Irse es no dejar semillas”. Pero su cuerpo no podía, no quería dejar de brotar, abonado por todos esos recuerdos. El dieciséis de marzo se convirtió en pino piñonero, el dos de abril le brotó una zarza del gemelo izquierdo, una semana después, dentro de un probador, ortigas en el cuello.
Bastaba, era suficiente. No podía seguir arrancándolas, así que las dejó crecer a su antojo, sin oponer resistencia. Desde hace unas semanas sólo le crecen malas hierbas. Y se alegra en parte, y se apena en todo. Ese día en que sus ojos se despertaron llenos de tierra supo que ya tenía bastante. Que no podía seguir calentando su cama con otros sólo por miedo a tener frío.
Después de la mala hierba está el final. Sofía lo sabe, y se va despidiendo de él, poco a poco, así, para que no haga más daño, viviendo el duelo despacito. Después está el final. Tierra vacía. Barbecho. Tierra viva, en descanso, y al final, tierra nueva. Primavera nueva.
Imagen: Frida Khalo, Raices.
1 comentario:
En vista de que, ni publica mis comentarios ni responde a mis correos le insto por ultima a vez a la retirada inmediata de la imagen manipulada e impropiamente utilizada propiedad de Isabel Mancebo. En caso contario iniciaré las acciones legales oportunas en un plazo máximo de tres dias comenzando por informar de la mala práctica a la plataforma, lo que por supuesto incluirá una solicitud de cierre cautelar de este blog.
Un saludo.
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